Por: Rubén Vargas
En Septiembre de 2005, se cumplían ya 2 años de mi regreso a Venezuela, luego de librar una dura e intensa lucha contra la leucemia, en el MD Anderson en Houston (USA),durante 3 años. Además de confiar en la medicina, siempre he pensado que la participación activa del paciente en el proceso de sanación es fundamental.
Esto implica asumir un compromiso de victoria ante uno mismo, tus familiares, amigos, médicos o viejos conocidos. No digo con Dios porque no creo que las enfermedades deban ser vistas como castigos o medios para saldar cuentas o rencillas celestiales que, muchas veces, uno desconoce. Pienso también que dejar estas cosas en manos de Dios es renunciar a la utilización máxima de tus propias capacidades. En este contexto, me familiaricé con las técnicas de estimulación del sistema inmunológico a través de la visualización que, más recientemente, han sido agrupadas en la ciencia denominada Neuroinmunología.
La práctica de estas técnicas requiere concentración, determinación y perseverancia, tres cualidades que, por lo general, no concurren con frecuencia en una misma persona. En lo físico, ya los médicos me habían prevenido que los pacientes que reciben transplantes de médula ósea muestran un cansancio físico “crónico” y una respuesta lenta de los reflejos, lo cual ya había comenzado a sentir. Recuerdo que una vez fui a un cajero automático y el tiempo para introducir la clave no me era suficiente. Inicialmente culpé a la máquina hasta que me di cuenta de que, en realidad, mis reflejos no eran competencia alguna para el cajero.
Luego de este incidente, comencé a pensar en mejorar mi condición física. Coromoto (mi esposa y bastión decisivo en la lucha) y yo comenzamos a caminar; pero no era suficiente. Noté también que tenía que leer varias veces un párrafo para comprender su significado a cabalidad. Es decir, tenía cierto grado de incompetencia física y mental. Había que hacer “algo”. Un día de esos lluviosos y aburridos vi una película en televisión, en la cual un adolescente delgado y temeroso, bajo las enseñanzas de un Sensei, también de apariencia debilucha y entrado en años, llegó a convertirse en un karateca reconocido y competitivo, aún cuando su aparente debilidad se mantenía. La película se titulaba “Karate Kid”. Por supuesto, sabía que era ficción pero me llamó la atención la concentración, la determinación y la perseverancia del personaje de la película. Por otra parte, la práctica del Karate aumentó la autoestima y la condición física del “kid”.
Pensé que esto era un poco lo que yo necesitaba. Posteriormente, comencé a investigar el tema, leí sobre los esfuerzos de Funakoshi y su hijo en el fomento del Karate, la prohibición de la práctica del Karate impuesta por Douglas McArthur después de la II guerra mundial, las distintas modalidades existentes de Karate y, hasta vi varios kata en Internet. Le dije a Coromoto: “voy a aprender Karate”. Hoy reconozco que fue una afirmación arrogante; debí decir: “voy a tratar de aprender karate”. Quedaba una gran interrogante: tengo 55 años, ¿no será muy tarde?.Nunca había sido un deportista. Uno de esos días, Coromoto me dijo: yo creo que en la Casa Italia enseñan Karate. Comencé la siguiente semana y aunque me gustó mucho lo que veía hacer a los karatecas, las primeras semanas fueron para mi, muy penosas. Sólo la fase de calentamiento era para mi extenuante.
Mi estado físico no estaba a la altura y estuve a punto de abandonar en varias oportunidades. En esta fase valoro el estímulo de mi amigo Ricardo que me animaba a seguir y la convicción que me transmitía el Sensei Santoro, con su paciencia y conocimiento. En Septiembre de 2008, cumpliré tres años de haberme iniciado en el Karate. Si sienten curiosidad por saber cual ha sido mi experiencia y si ha valido el esfuerzo, les respondo de manera objetiva: ahora cuando voy a cajero automático, me parece que es demasiado lento para mi; mi evaluación cardiovascular indica que mi actividad cardiaca es 30% superior al promedio para mi edad; y mi velocidad de lectura y comprensión alcanzó nuevamente su tope. Por otra parte, he mejorado mi concentración y mi autoestima. Además, estimo que el Karate puede contribuir a que mi longevidad sea mayor ya que ha mejorado las probabilidades de salir vivo de una confrontación ante un adversario. Y eso que sólo he llegado hasta el 3er kyu. Descubrí que el karate es en realidad una forma de ejercitarse regularmente y te mantiene mentalmente alerta. Créanme, después de los 50, estos son atributos muy apreciados. ¿Era muy tarde?, Después de lo que le contado, le pregunto yo: ¿usted que cree?
Rubén E. Vargas, PhD
Profesor Titular (UCV)