Camino Clandestino
Jean Carlos Simanca
jeancarlosimancas@yahoo.com
El viejo Te de Okinawa nació entre agricultores y pescadores, mercaderes y viajantes para suplir la inseguridad de un sombrío mundo medieval sectario y de profundas desigualdades.
Influenciados por numerosas migraciones, contactos de sesgo comercial e invasiones de orden militar y político. Así se fue diseñando un puñado de técnicas de mano vacía que se entremezclaban con otras que se fueron formando con instrumentos de trabajo como armas (KON o B0 suerte de callao para cargar agua, o bastón para el camino, Nunchakus para desgranar arroz, Ekku un remo de pescadores derivado en arma poderosísima y muchos otros) este sistema se pasaba de padres a hijos y cada clan o familia tenía su modo o forma que iban desarrollando.
Sin embargo, este aporte inicial del pueblo llano, según los estudiosos de la materia, no sumó más, siendo generosos, que un diez o un quince por ciento al poderosísimo sistema de defensa que el Sensei Funakoshi, en 1917 presenta en Japón a la consideración de expertos y público entusiasta, a instancias del gobierno japonés.
En fin, este texto no quiere hacer un ordenamiento cronológico del desarrollo de la Mano de Okinawa, de la que ya se ha especulado suficiente (de la mejor y la peor manera) como dice el Maestro Shoto: “Como no hay material escrito de los orígenes del Karate. No sabemos cómo se inventó, desarrolló, ni donde se originó. Solo leyendas inexactas”.
Tomando esta reflexión del Maestro como certera y razonable, sigamos con el cuento en el que pretendo detenerme. Lo cierto es, que entre regímenes chinos y japoneses alternados y en ocasiones en conjunto, el habitante del reino de Ryukyu en largos espacios de tiempo de su historia, practicó sus formas defensivas en la oscuridad de la noche medieval ocultos de la inquisitiva mirada del poder. Por eso no podemos seguirle el tránsito cronológico, porque era la mano de la gente común, del pueblo llano quien buscaba caminos de defensa contra arrogantes samurái, guerreros chinos, filibusteros y asaltantes de camino.
Hay hechos históricos que visibilizan el tránsito de esta clandestinidad; y una fundamental en la evolución de la mano fue la llegada a Naja de las “treinta y seis familias” un asentamiento de chinos de buen nivel que trajeron el budismo, el confucionismo y muy posiblemente el (ch’uan-fa) Kempo. El Tó que necesitaba la mano en su evolución de una forma de defensa rudimentaria, a un arte marcial… aunque, aun no.
Apenas alcanzábamos al 1492, faltaban doscientos años hasta la llegada Chatan Yara 1668 -1756 cuando se avizora un tímido seguimiento cronológico. Luego Takahara y su alumno Sakugagua quien propone el concepto de dojo y el dojo kun; estábamos camino al arte pero… aun no.
En 1797 ya nuestro Toudi (to’te) se codeaba con gente de la nobleza, hombres de la guardia real como Sakugawa y su más prestigioso alumno y, tal vez la figura fundamental de la mano China el maestro Soko bushi Matsumura 1797 – 1899 (estas fechas no están claras) a quien se le atribuyen kata como bassai, tekki, gojushiho, chinto (Gan kaku), seisan (hangetsu) así, el Inaka-te (arte de los paisanos) deja la ingenuidad de la calle, de los campos y de las barcazas de Mercachifles y pescadores.
De esta manera salía de la larga edad media japonesa y Ryukyu. Sin embargo, seguía siendo el arma clandestina del noble emergente.
Se seguiría enseñando en la sombra hasta que Anko Itosu lo introduce en el sistema escolar de Okinawa a finales del siglo XIX.
Así lo que nació en la calle, vuelve a la calle pero liberado de las sombras. El maestro Funakoshi lo lleva a Japón y con muy buenos amigos Japoneses y algo de maquillaje es bien venido en las artes Marciales del bushido. Ahora el clandestino Karate tenía un propósito más allá del simple y fundamental hecho de llevarte a salvo a casa, ahora tenía el bu arte shi el artista y do (el camino) de esta manera nace el karate-do (camino de la mano vacía).
De esa manera llegó a nosotros un arte ciudadano, de hombres que no se conforman con estar en la oscuridad que se empina ante cualquier yugo.
Un artista marcial no permite la ofensa; sin embargo, para ello no esgrime la violencia porque ha aprendido en el camino a la destreza de su arte, que la constancia, la tolerancia y la empatía son el arma del ciudadano, ha aprendido que no hay que gritar para levantar la voz, lo ha interiorizado en el dojo kun repitiendo mil veces o, tal vez más; ha aprendido que el carácter no es algo que sirve para impresionar al impresionable, ni manipular al manipulable sino que es el pilar de nuestra personalidad, pilar que intentamos pulir con cada técnica repetida hasta la sabiduría y afinada con cada kiai, de manera que nuestra voz sea una armoniosa propuesta de convivencia e inclusión con nuestro conciudadanos.
No puedo en ninguna ocasión cuando relato mi llegada al camino del karate de Santoro Sensei, dejar de contar que fue por la insólita aventura de Rafael mi sobrino, anécdota que ya propuse en otro texto para este muro, así que… con el permiso, de los que ya conocen la manida conseja, me plagio a mí mismo porque es ejemplarizante.
Resulta que Rafael (kurobi JKA) cuando arribo a los seis años de una vida rodeada de afecto y buenos modos, empezó a mostrar síntomas de una ira compulsiva que lo llevo a tener problemas de convivencia con el entorno, Tanto familiar como en la escuela con su compañeros y facilitadores. Uno de tantos psicólogos que intentaron contener su inexplicable furia recomendó el Karate Do como terapia de readaptación. Cuando me enteré me quedé sorprendido, para mí era como tratar de apagar el fuego con gasolina. Pero no, resulto que el entrenamiento, la repetición, la convivencia en la austeridad del tatami, la preparación para el combate sin que la violencia fuera el vaso comunicante, sino por el contrario, la disciplina y la búsqueda de la excelencia a través del trabajo sobre la técnica necesaria, se convirtieron en el camino al logro individual en un esfuerzo de coincidencia colectiva.
Así que si tienes la suerte de tropezarte con un maestro (no con un simple instructor en el mejor de los casos, o en el peor, con un pendenciero quien recibió la instrucción, no así el conocimiento) si te tropiezas con ese Sensei, no lo sueltes… aunque te gruña, los buenos en ocasiones tratan de espantarte para ver de qué estas hecho. Si te sorprende la impronta de un Maestro, tú y los tuyos han empezado a transitar un camino lleno de retos logros y nuevos retos hacia la civilidad la profunda conciencia ciudadana el respeto y la tolerancia.
Vivimos en tiempos de violencia delincuencial y de estado que en ocasiones se hermanan; manejan un poderío bélico que nos sobrepasa ampliamente. De tal manera que es naif pensar que alguna forma de combate de mano vacía pueda mantenernos a salvo. Sin embargo, el auto control el dominio y conocimiento de nuestras habilidades y flaquezas insuflan al practicante del arte la serenidad y la paciencia para entender que todo tiene su tiempo y que ningún violento nos va a determinar, cómo, dónde y cuándo actuar si fuera menester hacerlo.
Pese a la oscuridad y el misterio que envuelve todo ese milenio en el que se terminó de formar el tó te marcado por la represión de la autoridad de turno, solapado entre muros de edificios cuartelarios, a espalda de los mandos, tanto Japoneses como chinos y, fundamentalmente y de manera clandestina, confrontando la intolerancia de la monarquía Ryukyu, así se terminó de forjar, dentro de las noblezas soterrada y emergentes, un arte para el crecimiento y la libertad, un arte que es una escuela de paciencia y que nos prepara a reconocer cuando es oportuno, cuando es el momento del kiai, el tiempo del esfuerzo máximo defendiendo una idea, o tu familia o, tal vez tu país (herida abierta y esperando); esa es la coyuntura del hombre del pensamiento claro, mizu no kokoro (una mente como el agua) el del buen ciudadano que vislumbra cuándo es oportuno pasar de la filosofía a la acción.
“No existe camino para vuestras vidas. Vosotros mismos sois el camino”
“El zen y el camino del guerrero” Seikichi Toguchi
Una de las reflexiones que nos ha despertado más incógnitas durante este camino insólito y único que nos ha sido dado es el preguntarnos qué hacer con el tiempo. Es… tan difícil determinar lo que nos cuadra, lo que nos va en cada etapa. Claro, están las convenciones, lo establecido con respecto a lo cotidiano, vivencial incluso lo académico… desde el agua a la hora del bautismo, los gorros al viento en tiempos de graduación o, las palomitas de maíz y el arroz a las puertas del altar.
Pero, más allá, en lo existencial: ¿cómo me expreso intelectualmente? ¿Físicamente? ¿Qué deporte? ¿Qué animal me acompaña y me interpreta? ¿Qué arte cultivo y desarrollo? Y los tiempos en los cuales es apropiado hacerlo. Tal vez la pregunta que produce más ansiedad es: ¿hasta cuándo tengo tiempo? O, es oportuno… tanto para terminar y colgar los guantes, como para empezar. Y en hacernos esas preguntas se nos va la vida; y de pronto nos encontramos con que es muy tarde para intentarlo. Siguiendo este orden de ideas les dejo el más odioso y recurrente de los dichos que he escuchado: “no, yo estoy muy viejo p’ la gracia”.
En días pasados, en el milagro de las redes, me conmovió una canción de Tony Keith: «No dejes entrar al viejo». Le seguí la pista y descubrí que la había compuesto después de una conversación con Clint Eastwood durante un juego de golf. Pues bien, mientras caminaban por un campo verde y extenso, Clint le contó a Keith que al día siguiente cumplía ochenta años y que coincidía con el inicio del rodaje de The mule su nueva película. Sorprendido Keith por la emotividad casi adolecente de Clint en su anuncio, le pregunta: ¿que por qué tan emocionado? ¿Que lo motivaba, a esta edad, a sentir el trabajo tantas veces repetido como si empezará su carrera? Clint le responde que siempre es una gran felicidad, porque cada vez que me levanto a trabajar no dejo entrar al viejo. Al día siguiente e inspirado por tan motivacional conversación Tony compone «No dejes entrar al viejo a nuestra vida» que posteriormente se convirtió en el tema de «The mule»
Y la pregunta lógica es: que tiene que ver toda esta perorata reflexiva y anecdótica con el oi tsuki gyaku tsuki que es finalmente, de lo que se ocupa esta página…Y es verdad… mirándolo desde la óptica de quien está pensado: al grano amigo que hay articulistas esperando para explicar con que se come un ashi barai. Y lo cierto es, que no tengo historia marcial a mano. Así que, decidí divagar en esta perturbadora madrugada, esperando que el karate, en algún momento se haga cargo de mi narrativa…pero nada que hacer… es el tiempo quien me desvela esta madrugada. Eso le ocurre solamente, a los que padecemos de «juventud prolongada» ( Caraj… a quien se le ocurría está patética frase) solo a nosotros nos desvela el tiempo. Los muchachos piensan que la juventud es un lujo que nunca termina… claro, hasta que empieza a doler aquí y allá en las mañanas, y hacerse pesada la relación con las nuevas tecnologías. Recién ahora este escrito empieza a tener sentido, porque… ¿cómo les digo? En el camino que me ha traído hasta el sol de este insomnio solo el arte de la escena, el ecuestre y el de la mano vacía me han permitido cerrarle la puerta en la cara «al viejo.»
Revisemos: que nos empieza a poner fuera de servicio, aún sabiendo que el tiempo es corto…y nunca es suficiente para disfrutar esta singular e irrepetible experiencia de la vida consiente. Entonces ¿por qué deja de gustarnos vernos al espejo? y movernos con este modelo biodivino o, (bioquímico como aclararía el Sensei Vizot… acertadamente) Pienso que es porque vamos perdiendo fluidez, movilidad…hay deterioro muscular, articular y quizá, el peor de todos, deterioro cognoscitivo. Y entonces ¿qué hacemos? nos conformamos y replegamos apoyados en la frase maldita: “no pana, yo ya estoy grande pa’ la gracia”.
Oyendo frases como ésta, se me vino a la mente una del maestro Shoto:
«El Karate apareció para prevenir la decadencia del espíritu y la atrofia de la fuerza física».
El Maestro Kanazawa en el prólogo de «la esencia del Karate» de G. Funakoshi comentaba que fue a los ochenta años de Funakoshi, cuando lo conoció, después de haber perdido todo, durante la séptima década de su vida. Sin embargo, continuaba Kanazawa, seguía encarnando el ideal de mente y cuerpo. Lo envolvía un aire de misterio y era una persona a quien todos contemplábamos con admiración. Y al parecer, los maestros del (Itosu y Azato) al igual que su maestro (Matsumura) también empezaron a entrenar de jóvenes tratando de superar una salud complicada y una naturaleza frágil; sin embargo todos rebasaron los ochenta, llegando a los noventa y más; en tiempos cuando la medicina geriátrica era una idea herbaria y resignada. Al parecer mi desvelo tomo un propósito en este muro, porque con todas estas anécdotas, quizá demasiado recurrentes, pero siempre útiles para expresar mi sorpresa cada vez que me asombra el reconocimiento del karate como un sistema impredecible, complejo y recursivo al servicio de generar fuerza, energía y en general vida… en vez de acabar con ella o, atropellarla… que era lo que se nos venía a la cabeza cuando llegaron las películas de artes marciales (en los 50 y 60 del siglo pasado) y en nuestra necedad juvenil, imaginábamos aventuras y pugilatos donde no quedaba cristiano en pie.
Las complejas combinaciones de los Kihon, que quien entrena debe ir despejando día a día, y la ejecución de sus infinitas posibilidades de combinaciones refuerza nuestra concentración físico mental a niveles que estimula nuestro cerebro a regenerar las conexiones neuronales debilitadas por la rutina cognitiva. Mientras, el cuerpo y sus diferentes sistemas despiertan y recupera las agilidades dormidas o atrofiadas por el desuso. Del mismo modo el entrenamiento de kumite en todas sus modalidades desde el Ipon Kumite hasta el combate libre, (que es quizá la expresión final y primogénita del arte de la mano vacía o, China). Estimula nuestros instintos básicos (que fundamentalmente son defensivos y ofensivos) regulando y permitiendo reacciones explosivas, seguidas de expectantes espacios de calma, esperando hasta momento oportuno de la próxima reacción. Por supuesto la forma no conformacional que reúne todas estas expectativas, es el antiguo y siempre actual kata, quinta esencia del karate…y que realmente merece un artículo para él solo en el fútil intento de develar sus incógnitas.
“Fue entonces cuando Bodhidrharma cayó en cuenta que la enseñanza del camino que conduce a la iluminación exigía entrenamiento para cultivar la fortaleza física y mental. Así, creo los Sutra de la Limpieza de la Medula y de la Modificación muscular y, al hacerlo dio origen al camino del karate. Gichin Funakoshi”
De estos Sutra derivan los dos únicos estilos del Kárate según Funakoshi: El Shorei ryu que adoptó el Sutra de la Modificación Muscular y El Shorin ryu que pone énfasis en la limpieza de la medula (un cuerpo ágil y una mente fuerte) por supuesto en este escrito no voy a extenderme en las enseñanzas del patriarca. Solo lo asomo para que conciliemos el aporte que nos dejaron los que nos precedieron, con las reflexiones y análisis que hoy nos ocupan y, evidenciar que las coincidencias son mayores a las distancias.
Son muchas las historias que refuerzan la idea del aporte del karate al mejoramiento de la funcionalidad humana en todas sus etapas y edades, sin embargo hay una que por su acento romántico y su carácter femenino y, pese a la época, feminista (aunque no existiera este movimiento para entonces. Por lo menos no en el oscurantismo japonés Ryokyusano) así que empiezo el relato con las palabras del maestro Shoto: “Fue el Karate lo que unió al maestro Matsumura y a su mujer en matrimonio, y la historia se sigue contando hasta el día de hoy” el resto del cuento lo trascribo con mis propias expectativas ante tan inusual y carismática historia marcial.
Pues resulta que en Shuri vivía una hermosa y proactiva joven de 16 años de nombre Tsurujo famosa por su particular belleza y personalidad. Un día, durante un paseo, fue abordada por un mal viviente que la puso en serios apuros de los que pudo escapar gracias quizá, a su temperamento. Desde ese día entreno incasablemente con un famoso guerrero que el señor Itomine, su padre, respondiendo su insistencia le facilitara a la bella adolecente. A los veinte años el maestro sorprendido por sus avances, le comento a la bella Tsurujo que, según su opinión, sólo una persona sería capaz de enfrentarla, el hijo de Matsumura sam. Desde ese día y para probar su habilidad y maestría en el kumite se la veía en las noches del distrito de las luces de Naja, donde iban los jóvenes a probar su valor en el combate y su suerte en el amor. El joven Matsumura oyó hablar a sus compañeros y alumnos de la inderogable y bella Tsurujo y quiso constatar de primera mano tantas proezas que se le hacían poco creíbles, o al menos exageradas. En el encuentro el joven Matsumura fue poniendo la balanza a su favor, y cuando ya creía que había decidido el enfrentamiento estuvo a punto de salir volando por el aire como tantos otros; solo que él no era como los otros, él era Matsumura, y sus pies se mantuvieron firmes en el suelo de las Luces de Naja. Divertida y espontánea tomando la mano de Matsumura la bella Tsurujo cabio su primera derrota en un éxito de la diplomacia Femenina, cuando, agotada y sonriente anuncio frente a todos los que observaron el encuentro: “Usted es el caballero que será mi marido”
Años después, el nieto de Matsumura le contaría a Funakoshi que su abuela Tsurujo ya entrada en años, con una escoba en la diestra levantaba un saco de arroz con la mano izquierda para limpiar sin mostrar esfuerzo. Es evidente que aquella naturalidad para tal reto físico fue posible, por el entrenamiento diligente que durante toda su vida mantuvo junto su esposo al maestro Masamuda. Ambos alcanzaron a vivir más de noventa años.
El camino de la mano es un viaje de por vida. El karate es un compañero exigente y generoso que reclama de nosotros el mejor esfuerzo; dos metros es suficiente para entrenar a conciencia…en realidad no hay equipo necesario ni siquiera compañero, el combate será siempre contra tus propios fantasmas que intentan derrotar tu voluntad feria por vivir plenamente. Kakugagua nos dejó el concepto Zen de dojo kun, y el maestro Funakoshi nos los trae en cinco preceptos o, mandamientos del dojo, que junto al equipamiento técnico, debemos tener siempre a mano en nuestra cotidianidad como el mejor arsenal de convivencia y ética que hemos tenido la suerte de recibir de los que nos precedieron.
¡Hitotsu! Jinkaku kansei Ni Tsutomuro koto
¡Hitotsu! Makoto No Michi Wo Mamuro Koto
¡Hitotsu! Doryoku No Seichin Wo Yashinau Koto
¡Hitotsu! Reigi Wo Omonzuru Koto
¡Hitotsu! Kekki NO Yu WO Imashimuru Koto
Cinco preceptos que hablan del camino a la perfección del carácter, la impecabilidad, la excelencia, el respeto a nuestros semejantes, y la no violencia para dirimir nuestras diferencias.
Sin embargo y con humildad yo propondría un nuevo mandamiento:
¡Por ningún motivo dejes entrar al viejo en tu vida!